hoy un artículo de @a_monje en "Grada 360" sobre la figura defensiva elegida por Popovich en estas finales para encargarse del indefendible Lebron James. Un tipo que ha conseguido que Lebron parezca humano, cosa que ya no recordábamos.
A oscuras, palpar sus manos (25 centímetros de largo y casi 29 abierta) o tratar de abarcar su envergadura (2.21 metros para alguien de 2.01) trasladaría el miedo a nuestras entrañas, como si estuviéramos ante una especie de alien. La luz aclararía que es humano, el conocimiento mostraría después lo más importante. Que con Kawhi Leonard la duda no es el qué sino el cuándo.
Al chico de Riverside (California) siempre le preocupó una cosa, desde bien joven. Sobre todo una. Evitar a toda costa convertirse en un jugador unidimensional. Desde su época de instituto hasta su confirmación como pieza básica del mejor colectivo del mundo, ése fue su temor y a buen seguro lo será siempre. Su acicate natural. Por puro instinto, Leonard quiere dominarlo todo en cualquier situación posible, ofensiva y defensiva. Y no es sólo que quiera, sino que trabaja como pocos para conseguirlo.
A mediados de la década de los ochenta, antes incluso de que Kahwi Leonard viniese al mundo, Gregg Popovich tuvo una conversación con Larry Brown. A priori una de muchas, a posteriori una de las más cruciales. Brown vino a decirle a Popovich que durante su carrera no necesitaría a los mayores talentos para ganar, que lo verdaderamente importante sería disponer de los mejores jugadores dejándose entrenar. Aquellos que no cerrasen nunca la puerta a aprender, a crecer, respetando al mismo tiempo la figura de su técnico.
El comentario, repetido hasta la extenuación durante el año (1985/86) que Popovich compartió con Brown en Kansas como asistente voluntario, se grabó a fuego en la mente y filosofía del ahora técnico de los San Antonio Spurs. Así su obsesión desde entonces no sería tanto tener a los buenos –que también- como convertir a cualquiera en uno de ellos. Y ahí reside la clave de su sistema.
En Leonard halló por tanto Popovich un sueño. Un gran potencial con un hambre de aprendizaje desmedido, una ética de trabajo colosal y la humildad necesaria para desarrollarla con constancia y pulcritud. Todo eso en un jugador tan increíblemente joven y a la vez rodeado de un grupo de leyendas que sólo tienen algo más evolucionado que su talento, su inteligencia.
El recuerdo de la figura de Bruce Bowen, hábilmente lanzado por el propio Popovich, no hizo más que alimentar el espíritu competitivo de un Leonard sometido estos días, con apenas 21 años, a la mayor prueba imaginable sobre una cancha de baloncesto. Un cara a cara a tiempo completo con LeBron James, el jugador más dominante de nuestra era y en apariencia uno llegado desde una época futura.
De pronto, contra tendencia e incluso contra natura, Leonard, presumiblemente aniquilado sin piedad por la excelencia de James, ha borrado el papel de cazado asumiendo el de cazador. El giro al escenario es notable, porque la figura del joven de físico extraterrestre y mente privilegiada se ha agigantado mucho antes de tiempo, hasta el punto de aparecer ya como uno de los puntos más decisivos de la mejor eliminatoria que podría imaginar el baloncesto actual.
El nivel de concentración, poder técnico y despliegue físico de Leonard en su defensa sobre el jugador más indefendible del planeta, en el momento culmen del curso, hace sentir rubor e incredulidad a partes iguales. Su labor muestra un lado humano de James que simplemente parecíamos haber ya olvidado. Obliga al mejor del mundo a mostrar su plenitud sin pausa, puesto que cualquier nivel ofrecido desde un escalón inferior resulta insuficiente para él y como consecuencia para Miami.
Kawhi Leonard, cuyo crecimiento ignora techo, quema etapas a una velocidad de vértigo. Su progresión en cualquier faceta a ambos lados de la cancha invita a pensar que muy pronto su nombre se asociará al de uno de los jugadores más importantes del mundo. Y aunque no parezca su visión del baloncesto, trabajadora y coral en todo momento, favorecer el proceso mediático, no importará. La unión del trabajo y la virtud sólo conoce un final.
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